Caminar por sus calles es perderse en una ciudad sin tiempo, una ciudad fuera de este mundo. No existe en ningún otro país un lugar como Trinidad, repleto de encanto colonial, magia colorida, vida real de habitantes que siguen con su tranquila cotidianeidad y de impronta revolucionaria, como en toda Cuba.
La ciudad fue creada por Diego Velázquez de Cuellar en 1495, y el tiempo se detuvo en ese año. Subir y bajar por sus arterias empedradas es un viaje al pasado, donde la modernidad ni siquiera se vislumbra. Detrás de cada casa hay una historia de antaño que se cuenta con placas en las paredes, y detrás de cada puerta multicolor también hay una historia presente, la de los cubanos que viven en un país socialista, que a pesar de lo que digan en el resto del mundo, se mantiene orgulloso de su revolución.
Así la historia colonial de otro tiempo se cruza con la vida actual, entre ladrillos lejanos y ritmos de trova, entre un calor agobiante y la brisa del Caribe, entre turistas que encuentran una foto en cada esquina y trinitarios que siguen con su rutina, imperturbables.
1 comentario:
Qué lindo texto. Besos.
Majo
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