Uno de los libros que más me impactó de los que tuve que leer durante mi paso por la facultad fue La escritura o la vida, de Jorge Semprún. El texto plantea la imposibilidad de contar el horror, de narrar lo inenarrable, tras la existencia de los campos de concentración nazis. ¿Cómo decir con palabras una realidad que supera al lenguaje? ¿Cómo describir el sufrimiento, cuando el sufrimiento es inabarcable?
“¿Se puede contar, podrá contarse alguna vez? No hace falta ningún esfuerzo particular de memoria, tampoco hace falta ninguna documentación digna de crédito, comprobada. Todavía está en presente la muerte. Está ocurriendo ante nuestros ojos, basta con mirar. Siguen muriendo a centenares. Una duda me asalta sobre la posibilidad de contar, no porque la experiencia vivida sea indecible. Ha sido invivible, algo del todo diferente. Necesitaría varias vidas para poder contar toda esa muerte. Contar esa muerte hasta el final, tarea infinita”.
No puedo dejar de relacionar ese texto con lo que está pasando en Haití. Todo lo que se dice no alcanza, son palabras vacías ante la dimensión de un horror innombrable. Un país donde hacía tiempo ya no quedaba gente que se despierte a la mañana para ir a trabajar, ni chicos corriendo en los patios de las escuelas, ni un estado que intente reconstruir lo imposible, un país abandonado. Ahora ya ni siquiera quedan sueños. Un doble horror que pudo haberse evitado si la comunidad internacional se hubiera interesado antes por ayudarlos.
“Haití ya no existe. Su capital sólo es ya un inmenso cementerio en ruinas por el que pasean sin saber hacia dónde millones de personas convertidas en vagabundos”, dice el corresponsal de El País, enviado a Puerto Príncipe. A la distancia puede sentirse la angustia, una ínfima parte de la angustia, pero el verdadero horror no puede contarse.
17.1.10
Haití, tarea infinita
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Haití
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