Uno de los momentos más inolvidables, hermosos, emotivos e importantes de mi vida fue el tiempo que pasé en Europa, esos 27 días durante octubre de 2005. Días que no fueron teñidos de futuro desencanto y desilusión como tantos otros momentos que parecían hermosos y el tiempo volvió sórdidos y olvidables. Esos días en Europa ya son intocables, nada ni nadie los puede cambiar. De esos 27 días, cuatro los pasé en Madrid. Apenas cuatro días para conocer una ciudad repleta de rincones llenos de historia, de literatura, de imágenes de películas adoradas. Rincones de belleza pura. Madrid fue el primer lugar de mi recorrido y nunca imaginé que me iba a fascinar tanto.
Su gente y sus calles, su lenguaje y su silencio, su noche de apacible ardor y su madrugada de secretos. La Plaza Mayor, la figura de Don Quijote y Sancho detrás de las vidrieras de las librerías, el barrio de las letras con la poesía del Siglo de Oro grabada sobre el asfalto. Cierto dramatismo señorial, cierto encanto y soledad. Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal. La Plaza de la Paja, Fuencarral. No hay que pasar por esta vida sin pasar por Madrid. Y no hay que morirse sin volver a Madrid.
8.12.09
Madrid
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