21.6.09

Cine de infancia

Tuve la suerte de haber empezado a ir al cine de chica. Ver una película era una salida más de fin de semana, y no sé si era del todo consciente, pero me fascinaba. Cuando todavía no podía elegir, me llevaban a ver las típicas películas de dibujos animados, recuerdo sobre todo tres: Bambi, que me impactó en lo más hondo de mi melancolía; Fantasía, que la vimos en el viejo cine de Cabildo y Olleros donde hoy hay una estación de servicio; y Las Aventuras del Barón Munshausen, el prefacio perfecto para la posterior y maravillosa versión de Terry Gilliam.
Alrededor de los 10 años, cuando empecé a elegir qué películas ver, abandoné la animación por un tiempo. Aunque eso de elegir era relativo, porque todo de alguna forma estaba impuesto. Vi Volver al Futuro, una y otra vez, una de las pocas viejas películas clásicas y populares con una genialidad imposible de quebrantar con el paso del tiempo. También vi, amé y sigo amando Quisiera ser grande, un film en apariencia simple y pasatista, pero repleto de reflexiones existencialistas. Como olvidar Gremlins, o Los Cazafantasmas. También me acuerdo de cuando teníamos 11 años y fuimos a ver Sid y Nancy. Más que de la película, lo que se me grabó fue la sensación de estar haciendo lo que no debíamos. Nos mandaron al pullman del viejo cine de Cabildo y Blanco Encalada, porque estaba prohibida para menores de 16. La gente grande estaba en la platea, y nosotros arriba, mirando la vida del mayor ídolo del punk rock que gritaba contra el sistema mientras moría de amor en una habitación de hotel.
Pero recuerdo una película en especial, que marcó todos aquellos años de primaria: Cuenta Conmigo, un alegato sobre los amigos para siempre. Después de verla, llenamos nuestros cuartos con montones de carteles con la leyenda "I love River Phoenix". Los años pasaron, los amigos siguieron caminos separados y River Phoenix murió de sobredosis. Fue como el James Dean de culto de nuestra generación.

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