Me encantan los mercados de barrio, esos que fueron fundados en el siglo XIX y después de cien años todavía permanecen casi intactos. Son como una isla en la vorágine de la modernidad, como me dijo una vez para una nota un puestero que vende chocotortas junto a su mujer. No quedan muchos, pero algunos todavía resisten, como huellas de una Buenos Aires de un tiempo que no quiere morir. Como esas casas antiguas y los edificios de antaño, los adoquines en algunos pasajes perdidos entre los barrios, los pocos bares que no fueron reciclados, los tejados que no sufrieron el derrumbe y los patios lejanos, ya sin flores.
El Mercado del Progreso en Caballito todavía permanece con su fachada original y su mampostería de hierros oxidados.
El Mercado del Progreso en Caballito todavía permanece con su fachada original y su mampostería de hierros oxidados.
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