No puede haber acto más romántico que morir por amor. Desde la ficción del exagerado Werther, que dio su vida por no ser correspondido, hasta la realidad de poetas que no pudieron separar la vida del arte y se suicidaron tal vez como el último acto poético.
En la obra de todos ellos la muerte es una presencia continua.
Nerval se ahorcó a los 47 años. En El desdichado escribió: El tenebroso soy, el viudo, el desconsolado, el Príncipe de Aquitania en su torre abolida: Murió mi única estrella, y en mi laúd constelado se muestra el negro sol de la melancolía.
Alfonsina Storni se arrojó al mar tras descubrir que tenía cáncer. De Golondrinas: ¿No sabéis, golondrinas errantes, no sabéis, que tengo el alma enferma porque no puedo irme volando yo también?
Maiakovski se mató de un tiro tras pelear por la revolución con poemas sin llegada a los obreros. Yo me limpio al sol leninista y sigo navegando con la revolución. Temo a estos millares de versos como un niño teme la mentira.
Cesare Pavese se suicidó en un hotel tras enterarse que la mujer que amaba se había casado con otro. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos -esta muerte que nos acompaña de la mañana a la noche, insomne, sorda, como un viejo remordimiento o un vicio absurdo-. Tus ojos serán una vana palabra, un grito acallado, un silencio.
Sylvia Plath metió la cabeza dentro del horno, sentía que su marido Ted Hughes ya no la quería. Ella abordó la literatura del yo con sus fascinantes diarios. Yo todavía estoy cruda. Digo que tal vez vuelva. Ya sabes para qué son las mentiras. Ni en tu cielo Zen nos encontraremos.
Y Alejandra Pizarnik, un referente para una generación entera de poetas y militantes. Se tomó un frasco de pastillas una noche cualquiera. La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante. Y yo no diré mi poema y yo he de decirlo. Aún si el poema (aquí, ahora) no tiene sentido, no tiene destino. Antes de morir escribió en el pizarrón de su cuarto: No quiero ir nada más que hasta el fondo.
En la obra de todos ellos la muerte es una presencia continua.
Nerval se ahorcó a los 47 años. En El desdichado escribió: El tenebroso soy, el viudo, el desconsolado, el Príncipe de Aquitania en su torre abolida: Murió mi única estrella, y en mi laúd constelado se muestra el negro sol de la melancolía.
Alfonsina Storni se arrojó al mar tras descubrir que tenía cáncer. De Golondrinas: ¿No sabéis, golondrinas errantes, no sabéis, que tengo el alma enferma porque no puedo irme volando yo también?
Maiakovski se mató de un tiro tras pelear por la revolución con poemas sin llegada a los obreros. Yo me limpio al sol leninista y sigo navegando con la revolución. Temo a estos millares de versos como un niño teme la mentira.
Cesare Pavese se suicidó en un hotel tras enterarse que la mujer que amaba se había casado con otro. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos -esta muerte que nos acompaña de la mañana a la noche, insomne, sorda, como un viejo remordimiento o un vicio absurdo-. Tus ojos serán una vana palabra, un grito acallado, un silencio.
Sylvia Plath metió la cabeza dentro del horno, sentía que su marido Ted Hughes ya no la quería. Ella abordó la literatura del yo con sus fascinantes diarios. Yo todavía estoy cruda. Digo que tal vez vuelva. Ya sabes para qué son las mentiras. Ni en tu cielo Zen nos encontraremos.
Y Alejandra Pizarnik, un referente para una generación entera de poetas y militantes. Se tomó un frasco de pastillas una noche cualquiera. La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante. Y yo no diré mi poema y yo he de decirlo. Aún si el poema (aquí, ahora) no tiene sentido, no tiene destino. Antes de morir escribió en el pizarrón de su cuarto: No quiero ir nada más que hasta el fondo.
1 comentario:
Silvi, me encantó...Besos
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