A veces la política puede ser un motor capaz de hacer explotar la alegría contenida. Siempre supe que a través de la política se puede construir una sociedad mejor, un lugar más confortable para vivir y una realidad que haga más feliz la vida de la gente. Pero el jueves a la madrugada todos los supuestos se hicieron tangibles y salimos a la calle a saltar y gritar. La emoción es incontenible cuando lo imposible se vuelve posible y se hace real.
Habían pasado las tres de la mañana. En el Senado, el último legislador en tomar la palabra lanzaba una catarata de improperios contra la senadora que había ido a defender un supuesto plan de dios y que entre lágrimas pedía piedad. Afuera, tiritando en medio del frío absurdo, ya todos esperaban que la mayoría diera el sí a la igualdad. Los nervios iban creciendo. Salí de la cama porque había que estar. En estos momentos de alegría colectiva, la calle es el único lugar posible de festejo.
Después todo fue abrazarse con los amigos tan queridos, saltar, aplaudir y cantar con la muchedumbre que se dirigió por la Avenida Corrientes del Congreso al Obelisco. Eran las cinco am de un jueves como cualquiera, pero algo había cambiado para siempre. En los balcones algunos valientes se asomaban a saludar y acompañar la alegría. “Para Bergoglio que lo mira por TV”, era el canto de la gente que no paraba de abrazarse y besarse cuando se encontraba. “Iglesia puta, vas a acatar las decisiones del Gobierno Popular”; cantábamos antes de llegar a la 9 de Julio. El abrazo al obelisco fue el último gesto de la batalla ganada, a los conservadores de siempre, a los que no pueden ver más allá de su intransigente muro de certezas, a los que separan en vez de unir y siguen queriendo un país para pocos. Entre lágrimas, muchos empezaron a despedirse, con la seguridad de que estamos viviendo en un país más justo e igualitario y que esta ley no es el fin, sino el comienzo.
18.7.10
Estuvimos ahí
Etiquetas:
Igualdad
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