4.7.10

Cárceles

Una puerta tras otra que se cierra, un ruido a rejas que chocan, un pasillo infinito sin salida. Entrar a una cárcel da una sensación de espacio detenido, es dejar de estar en el mundo conocido, abrir un hueco en el tiempo y perderse entre horas muertas. Los segundos no pasan, la vida no sigue, la nada se adueña de todo. Pero dentro de la asfixia del encierro, una pizca de aire se multiplica y una mínima señal de esperanza parece contener el mismo significado del universo entero. Confiar en algo rodeado de nada es un pequeño símbolo de lucha conmovedor.
Prejuicios que desaparecen cuando detrás de las rejas hay personas que viven, sueñan y tienen derechos, a pesar de haber sido olvidados y muchas veces, despreciados. La libertad es lo único que importa, un deseo que se vuelve obsesión.
En el penal de San Martín hay presos que trabajan con gallinas, pollos y otros animales. Los ven nacer, les dan de comer y sueñan con crear su propio emprendimiento cuando estén afuera, porque el temor a veces es que el infierno continúe afuera.
En las cárceles bonaerenses hay más de 26.000 detenidos, la mayoría proveniente de hogares marginales y pobres.

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