En estos días en que todos recuerdan a José Saramago, yo quiero recordar a Carlos Monsiváis, porque fue un escritor que peleó con la palabra por un mundo mejor, a veces desde el olvido, otras desde el reconocimiento, pero siempre cerca del pueblo. Pertenecía a ese mundo de escritores de los que ya no quedan, que no se conforman con la vida burguesa del intelectual que permanece detrás de la comodidad de su sillón, era de los que salían a la calle a mirar la realidad y gritarla con literatura.
Día 19. Hora: 7:19. El miedo. La realidad cotidiana se desmenuza en oscilaciones, ruidos categóricos o minúsculos, estallido de cristales, desplome de objetos o de revestimientos, gritos, llantos, el intenso crujido que anuncia la siguiente impredecible metamorfosis de la habitación, del departamento, de la casa, del edificio... El miedo, la fascinación inevitable del abismo contenida y nulificada por la preocupación de la familia, por el vigor del instinto de sobrevivencia. Los segundos premiosos, plenos de una energía que azota, corroe, intimida, se convierte en la debilidad de quien la sufre. "El fin del mundo es el fin de mi vida", versus: "No pasa nada, no hay que asustarse. Guardemos la calma"... Y los consejos no llegan a pronunciarse, el pánico es primera o segunda piel, a ganar la salida, a urdir la fuga de esa cárcel que es mi habitación, a distanciarse de esa trampa mortífera que fe hogar o residencia provisional. El crujido se agudiza, en el bamboleo la catástrofe se estabiliza, la gente se viste como puede o se viste sólo con su pánico, el miedo es una mística tan poderosa que resucita o actualiza otras místicas, las aprendidas en la infancia, las que van de la superstición a la convicción, a las frases primigenias, las fórmulas de salvamento a la hora postrera.
De Entrada libre, crónica de la sociedad que se organiza, Carlos Monsiváis.
23.6.10
Adiós al escritor del pueblo
Etiquetas:
literatura,
Monsiváis
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