Clarice Lispector tiene una oscura y marcada atracción por la muerte. Sus textos se sumergen, como en un espiral mortuorio, en remolinos de agónica extinción. Teje sus personajes con detallado esmero y va delineando los hechos que indefectiblemente llevaran a un solo destino. Desde la lenta vida de Virginia en La araña, hasta el vacío sin fondo de Macabea en La hora de la estrella. En el abismo de la vida y la melancolía de la muerte, su obra se vuelve esencial.
“Los días eran de una tristeza perfecta que terminaban por sobrepasarse y deslizarse hacia una quietud sin más allá”.
"Sólo una vez se hizo una pregunta trágica: ¿quién soy yo? Se asustó tanto que dejó de pensar por completo".
17.10.06
Lispector
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