20.8.06

El otro no importa

“Ser humano es hacer algo por otro”, decía el filósofo Emmanuel Levinas que después de pasar por Auschwitz apostaba a la necesidad de dejar de mirarse a sí mismo para ver los ojos del rostro del otro. Con la experiencia del menemismo en la Argentina, que revalorizó la importancia de la heladera y el auto nuevo, la ciudadanía parece haber perdido el humanismo al olvidarse del otro. Las acciones, protestas y deseos de la clase media se dirigen exclusivamente a satisfacer sus propias necesidades y a cubrir su propio espacio de bienestar, sin mirar al costado, sin ponerse nunca en el lugar del otro: el otro que sufre, en la mayoría de los casos, como víctima de una sociedad indiferente que no puede contener a todos. Con la crisis de 2001, hubo un pequeño momento de unión que se diluyó sin dejar huellas. “Piquete, cacerola, la lucha es una sola”, cantaban en las calles con la bronca contenida. Pero cuando dejaron la cacerola y volvieron a la vida diaria, el piquetero se convirtió en el enemigo que impide el paso, como si fuera más importante no perder un minuto que comer todos los días. No importa la desgracia ajena, sino el mundo individual egoísta y lleno de comodidades ficticias. La lucha por la educación pública les resulta ajena porque total “mi hijo va a la universidad privada”, sin poder ver que cuanta más gente acceda a la facultad la sociedad será mejor para todos. Los familiares de las víctimas del incendio en Cromañón nunca estuvieron acompañados por la sociedad, que se olvidó de ellos y que reclama la apertura de la calle Mitre en Once, sin importar que los padres de 194 chicos encuentran un mínimo alivio en ese lugar. Esta actitud egoísta y poco solidaria terminó de explotar con el tan en boga tema de la inseguridad. A partir del 23 de marzo de 2004, con el secuestro y asesinato de Axel Blumberg, miles de personas salieron a la calle para reclamar seguridad, su propia seguridad y la de su familia. El 6 de julio del mes pasado, con el ataque del tirador serial en Belgrano, las protestas resurgieron. La gente sale a la calle cuando se ve afectado su entorno, cuando roban en un restaurante conocido porque tiene la sensación de que “yo pude haber estado ahí”. Pero no reclaman empleo, porque tienen un trabajo para mantenerse; no reclaman por el fin del hambre, porque comen todos los días y no pueden ver que la pobreza es la causa principal de la delincuencia; no reclaman por educación ni salud para todos los habitantes del país; y no se meten en cuestiones tan urgentes como la despenalización del aborto, porque pueden pagar una intervención clandestina sin que jueces ni medios se enteren. Sólo cuando el otro empiece a importar, será posible empezar a pensar en una Argentina para todos, sin hambre ni inseguridad.

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