25.6.11

26 de junio de 2002

Ese día estaba en una clase de literatura brasileña dictada por Gonzalo Aguilar. Los chicos del centro de estudiantes de filo pasaban cada media hora, interrumpían para contarnos lo que estaba pasando, querían que reaccionemos, que nos vayamos con ellos a parar el caos que se desbarrancaba. Nada hacía suponer que iban a decir algo importante hasta que se escuchó desde el fondo del aula “mataron a dos”. Mataron a dos y se abrió el silencio, mataron a dos y las miradas se interpusieron, las lapiceras dejaron de escribir “sólo la antropofagia nos une”.
Se fueron, pero era imposible volver a “contra todos los importadores de conciencia enlatada, la existencia palpable de la vida”. O no, o se había hecho presente, ahí estaba enmarcada en medio de la ficticia salida de la crisis la existencia de la muerte, sangrando entre nosotros.
La clase intentó alargarse unos minutos, pero ya nadie quería decir nada. Nos fuimos, salimos, nos empezamos a enterar, a desamar los fantasmas, a escuchar las mentiras que se repetían como las imágenes que se empezaban a unir para entender.
Ellos se volvieron un símbolo, un símbolo más por si hacía falta, por si no alcanzaban tantos hombres, tantos nombres invisibles que se volvieron legibles en la gramática de la represión.

A 9 años del asesinato de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, este 26 de junio vuelven a cortar el Puente Pueyrredón para recordarlos y pedir justicia.

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